Una mirada desde la comunidad
De acuerdo con la iconografía cristiana, la Virgen de Belén es una representación de María con el niño en sus brazos o en su regazo, ya sea alimentándolo o presentándolo para la veneración.
El origen de esta advocación mariana se remonta a los primeros siglos del cristianismo ya que se trata de una representación relacionada con el Nacimiento de Jesús, con la Adoración de los Pastores o como una versión de la Sagrada Familia.
Se piensa que las primeras representaciones de la Virgen de Belén pudieron haber tenido lugar tanto en la Basílica de la Natividad como en la Gruta de la Leche, ambas en la ciudad de Belén; sin embargo, la pintura más antigua conocida hasta ahora, en la que aparece María con el niño en sus brazos se encuentra en la ciudad de Roma, en el cementerio conocido como Catacumbas de Priscila y data del siglo III, lo que significa que fue pintada trescientos años después del nacimiento de Jesús.
La imagen de la maternidad de María es uno de los temas más comunes en el arte religioso y es por ello que su forma de representación es muy variable. Se conocen imágenes en las que sólo aparecen la madre y el niño, pero también se les puede encontrar rodeados de otros personajes como el patriarca José (Sagrada Familia) o de algunos parientes de María, como Santa Isabel o Santa Ana, e incluso con otros santos o personajes de la época de cada cuadro. Así también existe una forma de representación italiana del siglo XV en la que aparece San Juan Bautista de niño.
La imagen de la virgen de Belén de San Gaspar, es una versión combinada entre este último tipo de imágenes en las que aparece San Juan Bautista (a la izquierda del cuadro), quien era un niño un poco mayor que Jesús, y en donde también aparece el patriarca José (a la derecha del cuadro).
Entre los detalles que hacen que la imagen de la Virgen que se venera en San Gaspar sea una obra curiosa y llamativa, está la calavera sobre la que reposa Jesús en el regazo de su madre. Esta forma iconográfica del niño Jesús se extendió en Europa a partir del siglo XVII, impulsada por la orden franciscana, que se distingue por venerar las escenas extremas de la vida de Jesús: El nacimiento y la muerte.
La calavera representa la pasión de Jesús en el Monte Calvario, el “Monte de la Calavera”; pero también se ha interpretado como el triunfo de Jesús sobre la muerte o como la premonición de la muerte en el sueño del niño.
Debido al impacto que la orden franciscana tuvo en el proceso de evangelización de los pueblos nativos de América, la imagen del niño Jesús se convirtió en una de las imágenes centrales de la iconografía católica americana, fundamental en la representación de la Natividad y a partir de este arraigo se generaron en Latinoamérica, y en particular en México, una variada gama de representaciones del niño Jesús que incluyen al niño desnudo o con diversos atuendos y objetos como la corona, el trono, el cetro, las flores, las palomas y hasta podemos encontrar a los niños crucificados o cargando la cruz de la pasión.
Entre estas representaciones del niño y la pasión, la del niño dormido sobre la calavera ha tenido tal aceptación en nuestra cultura, que en la ciudad de México existe la veneración al Santo Niño de las Suertes, el cual reposa plácidamente sobre un cráneo mientras lo abraza, tal como lo hace en la imagen del altar principal del templo de San Gaspar, en donde además, su madre lo bendice mientras duerme.
Hasta aquí la descripción de los elementos originales de la imagen de María en el Templo de San Gaspar, ya que tanto la corona como las perlas se aprecian como adiciones posteriores a la creación de la obra, misma que por sus elementos pictóricos y su estilo podría catalogarse como una obra de influencia indígena de finales del siglo XVIII o principios del XIX.
La corona de la Virgen de Belén que tenemos aquí, tiene una luminosidad distinta y unos trazos que no corresponden con el resto de la obra. Quizás la corona fue pintada mucho tiempo después de terminada la obra, tal vez a finales del siglo XIX, cuando en muchos templos y en algunos altares privados de México se les añadió la corona a diversas imágenes de María, una vez que la virgen de Guadalupe fue coronada en la Ciudad de México, en el año de 1895.
Las perlas de esta imagen son el complemento que la hacen aún más especial. La perlas no son parte de la obra pictórica, son una adición real, que muy probablemente fueron producto de una ofrenda o una manda por algún milagro concedido.
Las perlas para la virgen son una tradición muy antigua que data del cristianismo bizantino, ya que en ese tiempo (siglos V a VII) fue cuando se comenzaron a plasmar consistentemente las imágenes de María en los primeros templos cristianos. En algunas de esas imágenes se le representaba sentada en un trono con el niño en sus piernas y coronada con la corona bizantina, que generalmente era de oro e incrustada de perlas y otras joyas, además de varios hilos de perlas pendientes de la misma.
La tradición de vestir a la Virgen María con perlas trascendió hasta nuestros días y en muchos casos se diseñan vestidos y joyas para ocasiones especiales, o en otros casos se le ofrendan y se le añaden de manera definitiva, tal como pudo haber ocurrido con la imagen que se venera en San Gaspar.
Por: Ruth Chávez